sábado, 2 de octubre de 2010

Lucinda Manchego.


Hablaban de ella como si una extraña fuera. Como si de sus tirabuzones salieran serpientes, de sus caderas ondas sonoras que atraían a los hombres. Como si la reercanación de femme-fatale fuera.


Hablaban de ella bajo una luna llena, bajo estrellas que sólo prometían observar las malicias de aquella mujer, de sus ojos desgarradores y su pequeña boca de color carmín.


Hablaban de ella como si el compañero del demonio, como si le hubiera robado las flechas al ángel del amor, que con cada paso de sus largas piernas lanzara una que robaba el corazón y el que cielo se teñía de colores rojizos cada vez que respiraba.


Existían leyendas de que partía corazones porque de pequeña su padre se lo partió, porque de pequeña un hombre le robó el corazón y desde eso, sus ojos se habían aclarado hasta de un azul casi blanco.




Ella era Lucinda Manchego.

Su profesión: rompecorazones.

Ella quería ser amazona.

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