domingo, 9 de enero de 2011

El mundo y tú, tú y el mundo.


Quisiste comerte el mundo corriendo más rápido que el resto, dejando que tu corta melena volara por aquellas playas inmensas. Dejaste todo, te embarcaste en la mayor aventura olvidando a quienes te amaban y te esperaban con los brazos abiertos en sus casas. Pasaron los años, naufragaste en tu vida, lanzaste botellas desesperadas al mar con la idea de que algún día llegaran a la playa prometida donde tu dulce mujer de ojos castaños y pelo negro te esperaba sentada en arena blanca. Escalaste a lo más alto, descendiste a lo más bajo y en medio, observabas desde tu casa flotante el atardecer. Poco a poco perdiste la esperanza, la distancia te dolía, echabas de menos a la gente que negó tu tierra prometida y decidiste volver a sabiendas de que quizás no te recibirían, con una colección de pulseras en tus muñecas y un tatuaje de una gaviota en tu brazo, como hacían los marineros. Pero por el camino te volviste a perder, te reencontraste y finalmente llegaste a casa. Ya no había nadie, solo yo. Cuando viste mis ojos llorosos emocionados al verte y nos fundimos en un abrazo, te diste cuenta de que yo era tu dulce mujer a pesar de que soy rubia, de ojos claros y me muevo en playas de arena negra.

Tuviste que recorrerte el mundo entero para darte cuenta de que todo lo que quisiste siempre estuvo a tu lado.

3 comentarios:

  1. encantador tu relato, me he quedado pensando en alteridades lejanas. Saludos

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  2. Una persona es feliz al aprender a querer lo que tiene y no cuando consigue lo que quiere :)

    Encantador :)

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