Corazón palpitando. Mucho más fuerte de lo que debería. No
son horas, debería estar desperezándome lentamente de la cama. No agarrotada de
pies a cabeza. No quiero salir de la cama, aquí, estoy segura, nadie gruñe, no
me enfrento a nada. ¿Es cobarde? Sí, pero aquí puedo dejar volar mi
imaginación, llorar, sonreír… aquí puedo dominar mi mundo. El problema es
cuando das dos pasos, cuando toca rozar conversaciones y sonreír fuertemente
porque así se supone que estoy mejor.
El mundo es mi cama y salir es explorar una galaxia con
millones de variables que no me interesan analizar ni intentar comprender.
Simplemente, porque no me interesan. Me interesa el libro, el sonido de las
hojas, notar como cada músculo de mi cuerpo está vivo y le duele el
estiramiento. Pero no, no me saques de ahí.
No entiendo la razón del refugio improvisado que he montado.
Con lo grande que es el mundo… Solo hay algo que creo que tiene algo de razón.
Y es una imposición que sale de alguno de los pocos lugares en los que debo de
tener fuerza: sal de la cama. No te puedes quedar.
Maldita responsabilidad, haciendo de las suyas cuando
incluso quiero ser rebelde…
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