miércoles, 27 de octubre de 2010

No sé.


Ahora mismo no soy capaz de expresar, de contar cada una de las cosas que me ocurren el día a día, ni tan siquiera las miradas fugaces, los suéter de rayas, ni el molesto ruido de tus talones arrastrando la parte trasera de tus zapatillas. No soy capaz de decir lo que se queda aquí dentro, en mi pecho moldeado de gimnasio. Ni tan siquiera podría describir esa necesidad de hablar o de callar para siempre. No soy capaz de mirarme los pies desnudos antes de entrar a la ducha ni rozar con mis manos mi cara para saber si estoy sonriendo o llorando cuando mi estado etílico me hace perder la sensación de los labios. Tampoco soy capaz de marcar la batería con mis dedos ni de sonreír como un niño pequeño cuando escucho esa canción de The Strokes que sabes que podría hacerme correr por las calles mojadas de Madrid. Aun menos soy capaz de hablar cuando debo hablar, de llamar cuando debo llamar y de pensar cuando debo pensar. Siento que hago todo al revés y que unas cuerdas tiran de mis hombros para que ande estirado de en vez encogido, que es como mi estado de humor quiere ir. Siento la eternidad, el amor, el odio, la pasión, la necesidad de besar, de rozar cuerpos cálidos ajenos, la amistad, el abrazo eterno de dos amigos tristes que se miman mutuamente. Ahora mismo sólo siento, pero no sé qué siento.




Deja de jugar conmigo Dios, no soy una maldita enciclopedia de sentimientos.

jueves, 21 de octubre de 2010

Saltar.

Caminaba fuerte, sin perder el ritmo y haciendo que el suelo temblara. Caminaba contoneando sus caderas, balanceando su melena ondulada con su pequeña cabeza. Movía más el brazo izquierdo que el derecho, ya que de su mano colgaba otra mano, el de una chica pequeña, de ojos verdes que pegaba saltos para poder seguir el ritmo.

La niña asustada: "¿dónde vamos?".
"A la madurez, queda poco".
"Pero yo soy una niña aún".
"Eso es lo que tú te crees".

De repente, la joven soltó la mano de la pequeña y comenzó a correr. La niña observaba atónita como corría, como de repente, saltaba desde el fondo de aquella calle y desaparecía.

Años más tarde, la pequeña, alta y con esos ojos verdes (que no azules) curiosos, revivió aquella escena. Corrió por la misma calle, saltó en el mismo sitio. Desapareció.

El punto común: habían cumplido 21 años.
Welcome to the jungle te dirían los Guns N'Roses.

martes, 19 de octubre de 2010

Recordar.

No sé tú. Lo único que sé de ti es que estás leyendo esto. No sé si eres joven o no. Espero que seas joven y estés triste. Si eres viejo y feliz, imagino que quizá sonrías para ti mismo cuando me oigas decir: "me rompió el corazón". Recordarás a alquien que te rompió el corazón, y pensarás para tus adentros: "oh, claro, recuerdo perfectamente cómo te sientes". Pero no puedes, viejo engreído de mierda. Quizá te recuerdes sintiéndote placenteramente triste. Quizá te recuerde escuchando música y comiendo chocolatinas en tu habitación, o paseando a solas por Embankment, arropado por un abrigo invernal y sintiéndote solo y valiente. Pero ¿puedes recordar cómo el masticar cualquier bocado es como morderte el propio estómago? ¿Puedes recordar cómo el sabor del vino tinto te sube hacia la boca y cómo cae dentro de la taza del retrete? ¿Puedes recordarte soñando todas las noches que aún estáis juntos, que te habla tiernamente y que te toca, y cómo a la mañana siguiente, al despertar, tiene que volver a revivirlo todo una vez más? ¿Puedes recordarte grabándote sus iniciales en el brazo con un cuchillo de la cocina? ¿Puedes recordarte de pie junto al borde de un andén del metro? ¿No? Pues bien, cierra la puta boca, entonces. Métete esa sonrisa por el maldito culo flácido.


"Declaración de Jess."
En picado, Nick Hornby. Anagrama, 2006.
Páginas 51-52.


Sólo queda decir: amén.

domingo, 17 de octubre de 2010

Andar.

El sol era eterno, tan eterno que mi cuerpo no proyectaba sombra sobre la árida arena. Ni tan siquiera los solitarios olivos de aquella dehesa andaluza eran capaces de oscurecer la tierra.

Noté como mis piernas caían en el aire. Sentí que caía por un acantilado, pero tan sólo fue un metro.

Sí, he vuelto a caer, lo sé, pero después de resoplar volví a levantarme y a estirar la cabeza para ver ese sol eterno.

"Decimoquinta vez que me caigo" calculé con los dedos.

Habrá una próxima vez... y volveré a levantarme.
Llevo tatuado en mi piel la meta: no perder el norte.

martes, 12 de octubre de 2010

Noche.

Si los bailes de cada noche en aquella sala que nos recuerda a los astros fuera la solución del problema, volvería de nuevo, dando tumbos por las estrechas calles mientras espero a que llegues con mi chaqueta de cuero. Luego bebería de tu boca para cubrir este depósito de besos vacíos que se agota con la llegada del lunes. Te abrazaría, olería tu nuca y tu ropa antes de que el humo de los cigarros cambie tu fragancia que posteriormente intento sonsacar mientras hacemos el amor en mi cama.


Si fueran la solución, lo repetiría.
Pero conozco la solución, y básicamente consiste en quedarme calladita con mis sueños.

lunes, 4 de octubre de 2010

Miradas

Mirada, otra mirada.
Mirada levanta mirada y la levantada se esconde desviándose hacia la ventana.


La mirada escondida vuelve a mirar para ver si aquella mirada que le intriga mantiene la fiereza bajo aquel verde esmeralda. Y sí, lo mantiende, pero por miedo se vuelve a esconder.

La fiera mirada busca aquella mirada tímida que ya varias veces a descubierto espiándola.

La mirada cálida le atrae, pero finge no notarla cuando la analiza.

Quedan tres paradas y la mirada tímida tiene miedo por perder a la fiera mirada al mismo tiempo que la fiera mirada no quiere irse, quiere probar la mirada tímida.

Es la parada. Las dos miradas coinciden, bajan el escalón juntas. Aguardan, se analizan mientras llueve.

Las miradas cortan la conexión, ya que cada una, se aleja encogida en diferente dirección

sábado, 2 de octubre de 2010

Lucinda Manchego.


Hablaban de ella como si una extraña fuera. Como si de sus tirabuzones salieran serpientes, de sus caderas ondas sonoras que atraían a los hombres. Como si la reercanación de femme-fatale fuera.


Hablaban de ella bajo una luna llena, bajo estrellas que sólo prometían observar las malicias de aquella mujer, de sus ojos desgarradores y su pequeña boca de color carmín.


Hablaban de ella como si el compañero del demonio, como si le hubiera robado las flechas al ángel del amor, que con cada paso de sus largas piernas lanzara una que robaba el corazón y el que cielo se teñía de colores rojizos cada vez que respiraba.


Existían leyendas de que partía corazones porque de pequeña su padre se lo partió, porque de pequeña un hombre le robó el corazón y desde eso, sus ojos se habían aclarado hasta de un azul casi blanco.




Ella era Lucinda Manchego.

Su profesión: rompecorazones.

Ella quería ser amazona.